Viaje al centro del 23-F. “La transición perpetua” de Luis del Val

Lo primero que se puede decir de “La transición perpetua”, incluso tal vez se debe de decir -y seguramente el editor de Luis del Val estará de acuerdo-, es que es una de esas novelas a describir con el ya manido adjetivo de “adictivas”.

Sí, es difícil dejar “La transición perpetua” cuando apenas se han pasado las primeras páginas del primer capítulo. La premisa del libro es demasiado interesante como para que “La transición perpetua” vaya a engrosar la habitual pila de libros que se van a leer a lo largo de un año pero que, por diversas razones, se van quedando para después.

Al contrario, “La transición perpetua” es un libro que no se quiere dejar de leer hasta que no se ha llegado hasta el final de este viaje al corazón de la España de la Transición. La más oscura, la de las tramas golpìstas de los nostálgicos de la Dictadura.

Hay que decir también -no vaya a ser que parezcamos una de esas reseñas de tres al cuarto, de encargo, que tanto abundan, por desgracia, en la blogósfera- que el ritmo parece decaer un poco a mitad del libro, que en él se embrollan un tanto las cosas, pero Luis del Val es un zorro demasiado viejo en esto del oficio de narrar como para permitir a sus lectores largarse así, sin más, sin que quieran pasar, en el plazo de uno o dos días a lo sumo, al siguiente capítulo de “La transición perpetua”. Precisamente para saber en qué acaba ese monumental embrollo.

Así es, la trama de “La transición perpetua” acaba por ser muy enrevesada, pero porque no puede ser de otro modo. Y es que Luis del Val ha mezclado en ella hasta tres conspiraciones militares contra la fragilísima democracia española renacida en 1978 -la llamada “Operación Galaxia” ese mismo año, la del 23-F en 1981 y una posterior en 1985- con los avatares personales de dos generaciones de españoles de aquella época que, a su vez, están trabados entre ellos por relaciones personales muy complicadas, en las que se mezclan infidelidades matrimoniales -para la primera generación- que luego podrían derivar a un incesto en la segunda generación…

Evidentemente, sin decir nada que no vayan a descubrir, por su propia cuenta, quienes lean “La transición perpetua”, con semejantes cimientos lo más fácil es construir un laberinto literario. Y ya se sabe que los laberintos son divertidos, pero lo mismo que los hace tan divertidos puede llegar (a veces) a hacerlos agobiantes. Aunque, como ocurre también con los laberintos, de “La transición perpetua” se sale con la impresión de haber hecho un viaje interesante, que ha merecido la pena y que, para realizar ese viaje interesante, el esfuerzo ha sido mucho menor que los beneficios que se han obtenido de él.

En efecto, “La transición perpetua” nos hace un retrato bastante exacto de la Historia reciente de España, la de 1978 a 1985, aproximadamente, y de la que ha venido después de eso. Y el retrato es exacto, sin llegar a ser cruel del todo, pero sin dejar de ser realista.

La principal protagonista, Cintia Morgana, una historiadora que recibe un, hasta cierto punto, misterioso encargo -escribir un libro sobre la Transición española centrado en los servicios secretos que defendieron la democracia- es una mujer joven, ya cerca de la mediana edad pero que se mantiene en ese estado de artificiosa juventud impuesto a toda su generación a causa de una situación de precariedad laboral que, pese a los esfuerzos de Luis del Val por no dramatizar demasiado, está ahí, haciendo patente una pregunta subliminal pero molesta: “¿qué ha pasado con esa España que tanto luchó en los setenta por crear un país mejor, más libre, abierto y democrático y que ahora aparece, en 2016, anquilosado, desgastado y casi devastado?”.

Luis del Val no deja a su protagonista viviendo en casa de sus padres hasta los treinta y tantos -como ocurre con muchos españoles del mundo real-, o emigrada a tierras más prometedoras, o viviendo sobre el filo de casi la indigencia causada por esa tempestad económica que, desde hace casi una década, está devorando a una clase media descendiente de aquella que luchó, de un modo u otro, por cambiar las cosas desde 1978 en adelante.

De hecho, Cintia tiene un tío rico, superviviente de la famosa “Movida” y triunfador al haberse sabido introducir en la industria más rentable de España en las tres últimas décadas -y aún antes, desde los sesenta del siglo pasado-. Es decir, la inmobiliaria, y además en un sector inmune a la crisis: la compraventa de inmuebles de lujo en el centro de grandes capitales como Madrid.

Revista Mortadelo 12 Noviembre 1979

Así las cosas, la licenciatura y doctorado en Historia de Cintia se convierten en su tabla de salvación al hacer de ella la agente ideal -a comisión- de su espabilado tío, pues ese marchamo académico facilita -en gran medida- que sus ricos clientes abran sus maletines repletos de euros para adquirir algo que, como dicen los personajes de “La transición perpetua”, está más allá de lo que el dinero puede comprar, que es ese prestigio inmanente que desprende el lujo antiguo.

Con eso y con un puesto de asociada en la Universidad extraordinariamente bien remunerado -mil euros mensuales, algo bastante ficticio ya que lo normal pueden ser puestos de sólo trescientos euros mensuales y en condiciones más precarias que las reflejadas en la novela- Cintia Morgana se va arreglando.

Sin embargo, la protagonista de “La transición perpetua” no deja de sufrir las sevicias habituales en el mundo académico español, que, afortunadamente, Luis del Val no ignora y sabe reflejar con mano maestra para recordarnos, una vez más, esa pregunta amarga pero ineludible: “¿para esto se evitaron varios golpes de estado entre 1978 y 1985?”. Es decir, para que hoy por hoy hasta la Universidad se haya convertido en un reino de taifas, de cambalaches de favores, que nada tienen que ver con contratar al personal mejor preparado sino al más dócil y más interesado, en el imperio de caciques académicos de toda laya e ideología -desde el Chavismo hasta la extrema derecha- que poco parecen diferenciarse de los que la Dictadura imponía a su criterio…

A partir de esa reconstrucción bastante realista de la especie de “Pozo negro de Calcuta” en el que se está convirtiendo la España actual, “La transición perpetua” también reconstruye de manera bastante realista, y en sucesivos “flashbacks”, el trabajo de dos agentes del servicio secreto español -uno de ellos el padre de Cintia y el otro amante de su madre y posteriormente su fuente de información principal para su libro- que desmontan una a una las tramas golpistas.

El relato del amante de la madre de Cintia, Mario Cifuentes, es particularmente vívido desde el punto de vista histórico, pues reconstruye con bastante fidelidad lo ocurrido entre 1978 y 1985 y los entresijos de unos servicios secretos que se las tienen que ver con una situación muy complicada, en la que abundan hombres con poder -el más peligroso, el que dan las armas- que se resisten a aceptar que España pueda convertirse en una democracia más o menos similar a las del resto de Europa y que se sitúan tanto en la extrema izquierda terrorista de ETA, como en la extrema derecha española bien alojada en el seno de sus Fuerzas Armadas.

En efecto. “La transición perpetua” es, ante todo, un largo caminar a través de los recuerdos de Mario Cifuentes, los que confiesa a Cintia voluntariamente, y los que se desarrollan en su propia memoria. Gracias a ellos vamos reviviendo esas cuestiones capitales que se han ido volviendo difusas con el tiempo, a pesar de la fama que aún disfrutan sus ediciones más estruendosas -como la triste astracanada del golpe del 23-F- e incluso haciéndonos conscientes de que, en fechas tan relativamente recientes como el año 1985, se quiso invertir la situación política de España con otro intento de golpe de estado que pretendió decapitar tanto el Gobierno electo, como a la monarquía constitucional.

Un oscuro panorama que Mario Cifuentes sabe aún más oscuro y que le quema por dentro, necesitando confesarse -o escribir un libro, que viene a ser lo mismo-, tratando de ajustar cuentas con ese pasado que no termina de convertirse en Historia, quedando pendiente, en transición perpetua. Tanto por lo que se refiere a la situación del país que salva de varios golpes de estado, como en lo referente a lo personal, a la relación amorosa que sostiene breve, pero intensamente, con Anabel Morgana, la madre de Cintia.

Éstas son, pues, las virtudes de “La transición perpetua”. Recapitulando: una mezcla de novela negra, thriller político y relato costumbrista muy difícil de dejar de leer y que así, por esa vía tan asequible, nos cuenta un relato cruel -pero necesario- del momento impreciso en el que, como diría aquel personaje de Vargas Llosa, se jodió la España salvada por la Transición que ha desembocado en la España actual, que parece atascada en ese mismo barrizal de cuentas aún sin ajustar, desde hace demasiados años, en el que se debaten los personajes de “La transición perpetua”, como se deduce del final agridulce con el que el autor cierra esta novela premiada no sin razón.

Acerca de Carlos Rilova Jericó

Licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Administrador del weblog de "La novela antihistórica", creada como página de crítica independiente en el año 2010 para ayudar a mejorar el criterio de selección de obras de gran difusión comercial entre el público y redactor de la reseña mensual de acceso libre publicada en esa página cada día 20 de cada mes. Director del banco de imágenes y centro de investigación histórica "La colección Reding". Profesional de la investigación histórica y cultural para diversas empresas y organismos públicos desde el año 1996.
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